domingo, 17 de octubre de 2010

POESÍA. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98. "He andado muchos caminos...", de Antonio Machado (1875-1939)

Antonio Machado

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,

y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

POESÍA. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98. "Una noche de verano...", de Antonio Machado (1875-1939)

Antonio Machado

Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!

POESÍA. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98. "Por tierras de España", de Antonio Machado (1875-1939)

Antonio Machado

POR TIERRAS DE ESPAÑA

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.

Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.

Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.

Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.

El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

domingo, 10 de octubre de 2010

POESÍA. ROMANTICISMO. "Era apacible el día...", de Rosalía de Castro (1837-1885)

Rosalía de Castro

Era apacible el día
     y templado el ambiente,
     y llovía, llovía,
    callada y mansamente;
    y mientras silenciosa
    lloraba y  yo gemía,
    mi niño, tierna rosa,
    durmiendo se moría.
Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos;
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la yerba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!...
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.
        ¡Jamás! ¿Es verdad que todo
        para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amoroso afán,
y vendrá o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
        que no morirá jamás,
y que Dios, porque es justo y porque es bueno,
        a desunir ya nunca volverá.
En el cielo, en la tierra, en lo insondable,
        yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

        Mas... es verdad, ha partido
        para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

POESÍA. ROMANTICISMO. "Un desengaño", de Rosalía de Castro (1837-1885)

Rosalía de Castro
Un desengaño
En las riberas vagando
de la mar, las verdes olas
mira Argelina y contando
las horas que van pasando
vierte lágrimas a solas.

Sus lindos ojos de cielo
en el horizonte fija,
por ver si encuentra un consuelo,
¡mas ay!, que es vano el anhelo
que su corazón cobija.

Su amante le dijo allí
desde su buque velero:
"Aguarda, Argelina, aquí:
que si hoy dejarte prefiero,
mañana vendré por ti".

Y entera la noche larga
que silenciosa corría
vio pasar; pero en su impía,
crüel desventura amarga
no vio que su bien volvía.

Y el día también llegó:
mas fue que llegara en vano,
que el bien que ansiosa esperó,
consuelo del mal tirano,
por el mar no pareció.

Y allí todavía está
mirando a la mar movible,
por ver si la mar le da
lo que tal vez imposible
para Argelina será.

Y viendo al fin reducidas
sus esperanzas en nada,
viendo en el viento esparcidas,
las ilusiones perdidas,
su bienandanza frustrada;

mirando al bien que se aleja
con su fugitivo encanto,
dijo en tristísima queja:
"¿Por qué tan sola me deja,
cuando yo le amaba tanto?

¿Por qué si tras él corrí?
¿Por qué si hasta aquí llegué?
¿Por qué si tanto esperé
a verle más no volví?

¿No comprendió que sin él,
fuera un tormento mi vida,
donde guardara escondida
llena una copa de hiel?

¡Adiós, ventura de un día!
¡Adiós, delicia soñada,
donde he mirado estampada
toda la esperanza mía!

¡Ya nunca más te veré,
que el rudo penar que siento
me irá consumiendo lento,
y de dolor moriré!

¡Adiós, hermosa ribera
donde mi esperanza dejo,
ya para siempre me alejo
de tu orilla placentera.

Mas si viniendo él aquí
oyeras su dulce canto,
contéstale, dile cuánto,
cuánto por él padecí!...".

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya su vivienda tornando
supo después que olvidada
fue de su amante, y postrada
no resistió su dolor.

Y encerrándose en la tumba
tanta belleza en un día
nadie pensó que moría
¡de un desengaño de amor!

domingo, 3 de octubre de 2010

PRENSA. EL CAPITÁN ALATRISTE, de Arturo Pérez-Reverte. Artículo de Alberto Montaner Frutos

En "El País"

El capitán Alatriste

ALBERTO MONTANER FRUTOS 02/10/2010
Corría el año de gracia (es un decir) de 1996 cuando los observatorios literarios detectaron, no sin perplejidad, la aparición de una nueva estrella, de considerable magnitud, en el firmamento novelístico. Contra todo pronóstico, una novela que parecía dirigirse solo al público más joven (su ya famoso autor, Arturo Pérez-Reverte la firmaba de consuno con su hija Carlota, de 12 años a la sazón) y ser casi un mero capricho de un devoto confeso de Los tres mosqueteros, no solo se aupó a los primeros puestos de las listas de venta, sino que inscribió un nuevo personaje en eso que se ha dado en llamar el imaginario colectivo. Protagonista y novela compartían nombre: el capitán Alatriste.
Antiguo soldado de los tercios de Flandes, abandonado a su suerte como tantos otros, Diego Alatriste y Tenorio, apodado capitán por mérito propio, aunque nunca pasó de cabo, malvive en el Madrid de Su Majestad Católica el cuarto Filipo (como entonces se decía), desempeñándose de espadachín a sueldo. Esa vida al borde del hampa no oculta a un filántropo de capa y espada. Alatriste no es un justiciero en sus ratos libres, como el Zorro, ni roba a los ricos para dárselo a los pobres, según el mito del buen bandido que va de Robin Hood a Luis Candelas. Se limita a sobrevivir como buenamente puede, más bien huraño, atormentado por sus propios fantasmas de amor y muerte (o muertes, sería mejor decir). Una figura de luces y sombras cuyo contraste no hará sino acentuarse en las sucesivas entregas de la serie. Si al capitán hay algo que le redime es su peculiar sentido de la dignidad y su talante. Ya saben vuesas mercedes, "No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente".
Reconcentrado, casi un misántropo, sí, pero a Alatriste no le faltan amigos. Y qué amigos. Unos son viejos veteranos como él: Juan Vicuña, soldado estropeado y garitero (dicho a la moderna, inválido de guerra y propietario de un local de juego); Mendo el Toscano, que ha pasado a regentar unos baños y a ejercer de barbero; Martín Saldaña, cuyo cargo de teniente de alguaciles (obtenido, según las malas lenguas, a cambio de sobrellevar una abultada cornamenta) no deja de ser de ayuda para alguien que, como el capitán, se mueve al filo de la ley; a los que en la tercera entrega de la serie se unirá Sebastián Copons, que se hará inseparable de Alatriste. Otros son parroquianos asiduos de la taberna del Turco, que regenta la medio amante del capitán, Caridad la Lebrijana (destinada, la pobre, a pintar cada vez menos en el lienzo de la vida de su Diego), donde se dan cita el Dómine Pérez, jesuita y preceptor; el Tuerto Fadrique, boticario, y el Licenciado Calzas, picapleitos, cuyos respectivos saberes también han ayudado al espadachín tras algunos malos lances. Pero los amigos de Alatriste no se reclutan solo entre gente, como él, de medio pelo (o directamente ralo). También antiguo compañero de armas (aunque cada uno en su sitio), otro amigo del capitán es el conde de Guadalmedina, aristócrata refinado, poeta y vividor, con una mano en la pluma y otra en el cubilete de dados. Y como broche de oro, don Francisco de Quevedo, tan diestro con la pluma como con la espada, azote satírico de bobos y mangantes, tan capaz de hundir una reputación con una letrilla como de asomarse al abismo del ser y del tiempo en un soneto.
Pero si una persona queda en parte retratada por sus amigos, no lo queda menos por sus enemigos, aunque a estos rara vez los elija uno. Dime a quién te enfrentas y te diré quién eres. Los antagonistas de Alatriste están, sin duda, a la altura, y entre ellos destacan un político corrupto, don Luis de Alquézar, secretario del Rey Nuestro Señor; un cura fanático, fray Emilio Bocanegra, miembro del Consejo Supremo del Santo Oficio de la Inquisición, y un sibilino sicario, siciliano por más señas, Gualterio Malatesta, que, como el propio capitán, vive de alquilar su acero. Ni que decir tiene que de entre todos ellos, el único que despierta cierta simpatía en el lector es esta especie de mafioso avant la lettre, que aunque no sea igual que el capitán, tampoco es tan distinto. Algo que no deja de enturbiar la mirada de Alatriste cuando se ve reflejado en el espejo de su contrincante.
Esta galería ha de cerrarse, claro está, con Íñigo Balboa y Angélica de Alquézar. Ella, la huérfana sobrina de don Luis, es la bella dama sin piedad que perseguirá a Íñigo con el rigor que solo da la inextricable aleación de amor y odio. Él, el joven paje (más bien, hijo adoptivo) del capitán, huérfano a su vez de uno de sus viejos camaradas del Tercio Viejo de Cartagena, aguerrido compañero y narrador privilegiado de las aventuras de Diego Alatriste. La primera de ellas (unos misteriosos jóvenes ingleses acaban de llegar en secreto a Madrid y alguien quiere deshacerse de ellos) está dispuesta a empezar.

sábado, 2 de octubre de 2010

POESÍA. "El verdugo", de José de Espronceda (1808-1842)

José de Espronceda
EL VERDUGO
De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
          Y su rencor,
al poner en mi mano, me hicieron
          su vengador;
          y se dijeron
"Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
          sean la herencia
          que legue al hijo,
          el que maldijo
          la sociedad".
          ¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
          sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
          ¡Y ellos no ven
que yo soy de la imagen divina
          copia también!
          Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
          Y ellos son justos,
          yo soy maldito;
          yo sin delito
          soy criminal:
          mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
          ¡a mí, su igual!

El tormento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!,
y el crujir de los nervios rompidos
bajo el golpe del hacha que cae,
          son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
          hace, al caer,
          del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en un mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz
          que de los hombres
          en mí respira
          toda la ira,
          todo el rencor:
          que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía
          gozo en mi horror.

Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
          y en él se hartó,
embriagado de gozo aquel día
          cuando espiró;
          y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar,
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
          Que el verdugo
          con su encono
          sobre el trono
          se asentó:
          y aquel pueblo
          que tan alto le alzara bramando,
          otro rey de venganzas, temblando,
          en él miró.

En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
          La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
          y la maldad
          su monumento
en mí todavía contempla existir;
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
          Y cada gota
          que me ensangrienta,
          del hombre ostenta
          un crimen más.
          Y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
          siempre detrás.

¡Oh!, ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
En tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
          !Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
          me inspira horror.
          ¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
          ¿Mi vil oficio
          querrás que siga,
          que te maldiga
          tal vez querrás?
          ¡Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
          también verás!

POESÍA. "El mendigo", de José de Espronceda (1808-1842)

José de Espronceda
EL MENDIGO
Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
una limosna por amor de Dios.

El palacio, la cabaña
          son mi asilo,
si del ábrego el furor
troncha el roble en la montaña,
o que inunda la campaña
el torrente asolador.

Y a la hoguera
me hacen lado
los pastores
con amor.
Y sin pena
y descuidado
de su cena
ceno yo,
o en la rica
chimenea,
que recrea
con su olor,
me regalo
codicioso
del banquete
suntüoso
con las sobras
de un señor.
Y me digo: el viento brama,
caiga furioso turbión;
que al son que cruje de la seca leña,
libre me duermo sin rencor ni amor.
     Mío es el mundo como el aire libre...

Todos son mis bienhechores,
          y por todos
a Dios ruego con fervor;
de villanos y señores
yo recibo los favores
sin estima y sin amor.

Ni pregunto
quiénes sean,
ni me obligo
a agradecer;
que mis rezos
si desean
dar limosna
es un deber.
Y es pecado
la riqueza:
la pobreza
santidad:
Dios a veces
es mendigo,
y al avaro
da castigo,
que le niegue
caridad.
Yo soy pobre y se lastiman
todos al verme plañir,
sin ver son mías sus riquezas todas,
qué mina inagotable es el pedir.
    Mío es el mundo: como el aire libre...

Mal revuelto y andrajoso,
          entre harapos
del lujo sátira soy,
y con mi aspecto asqueroso
me vengo del poderoso,
y a donde va, tras él voy.

Y a la hermosa
que respira
cien perfumes,
gala, amor,
la persigo
hasta que mira,
y me gozo
cuando aspira
mi punzante
mal olor.
Y las fiestas
y el contento
con mi acento
turbo yo,
y en la bulla
y la alegría
interrumpen
la armonía
mis harapos
y mi voz:
Mostrando cuán cerca habitan
el gozo y el padecer,
que no hay placer sin lágrimas, ni pena
que no transpire en medio del placer.
    Mío es el mundo; como el aire libre...

Y para mí no hay mañana,
          ni hay ayer;
olvido el bien como el mal,
nada me aflige ni afana;
me es igual para mañana
un palacio, un hospital.

Vivo ajeno
de memorias,
de cuidados
libre estoy;
busquen otros
oro y glorias,
yo no pienso
sino en hoy.
Y do quiera
vayan leyes,
quiten reyes,
reyes den;
yo soy pobre,
y al mendigo,
por el miedo
del castigo,
todos hacen
siempre bien.
Y un asilo donde quiera
y un lecho en el hospital
siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
mi cuerpo miserable al espirar.

Mío es el mundo: como el aire libre,
otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan, si doliente pido
una limosna por amor de Dios.